El viaje inmóvil de Irene Vallejo. Invitación a la lectura de “El infinito en un junco”
Por Víctor Ruiz Lo reconozco: soy un enfermo. Un obsesionado por los libros. Al igual que Borges tengo la pueril esperanza de que el paraíso sea una biblioteca donde pueda satisfacer mis más oscuras perversiones bibliomaníacas. Muchas veces en mi infancia soñé con golosinas que escondía para no compartirlas con mis hermanos; desde mi adolescencia sueño con libros, libros jamás escritos e inencontrables, libros de autores admirados que solo en sueños puedo tocar, acariciar, olfatear y dormir con ellos. Uno de los síntomas de esta enfermedad es la pasión que me despiertan los libros que hablan de otros libros. Algunos de estos forman parte de mi canon personal, vuelvo a ellos en busca de refugio, como se vuelve a las pláticas de viejos amigos con los que se comparte alguna debilidad epicúrea. Menciono algunos solo por el placer de escribirlos y evocarlos: Librerías de Jorge Carrión, Tocar los libros de Jesús Marchamalo, Los libros son tímidos de Gi